La presencia de indígenas Toba –pertenecientes a la familia lingüística Guaycurú– en el Gran Buenos Aires y en la ciudad de La Plata, capital de la provincia de Buenos Aires, –ciudad planeada "blanca" y "europea" por la llamada Generación del ‘80- confirma que los indígenas no han desaparecido en Argentina, a pesar del exterminio planificado, la explotación, las enfermedades y el hambre. No sólo no desaparecieron, sino que sus formas organizacionales: la Iglesia Evangélica Unida y la Organización Civil Toba Ntaunaq Nam Qom muestran un grado importante de autonomía a pesar de las presiones de la sociedad dominante. La insistencia de vivir de modo comunitario, la vigencia de la lengua y los proyectos comunes indican que a pesar de que se han transformado, no han perdido su identidad en tanto grupo étnico.
Identidad étnica fundada no sólo en las relaciones de parentesco, legitimadas en líneas de descendencia que se reconocen en la figura de algún shamán o cacique, sino en la permanencia de la reciprocidad. Se piensan y actúan como un conjunto y se permiten soñar para sus hijos un futuro mejor, afirmando: "nuestra visión es muy lejana". Son capaces no sólo de pensarse y reflexionar sobre si mismos, sino también sobre la sociedad de la cual forman parte. La presencia de indígenas en la ciudad, transformándose sin perder la identidad, conduce también a revisar ciertos marcos teóricos de la antropología para dejar de comprender esta presencia como contradictoria en el medio urbano y dejar de suponerlos como marginales o excluidos.