En las últimas décadas, tres circunstancias –en cierto sentido fortuitas– reintrodujeron la lectura de Simone de Beauvoir en la Academia luego del impasse que se produjo tras su fuerte influencia en el feminismo estadounidense a finales de los 60 y principios de los 70. La primera de estas circunstancias, en 1986, fue la publicación de Judith Butler de un artículo en el que examina y critica la posición filosófica y feminista de la filósofa francesa, convirtiéndola en su referente polémico y, a su vez, convirtiéndose a sí misma en una autora audaz, tan leída como polémica. Corresponde la segunda circunstancia al año 1999, cuando se cumplieron cincuenta años de la publicación del extenso ensayo de De Beauvoir, El segundo sexo (1949), la obra más significativa de la teoría feminista del siglo XX; un hito clave de una tradición, como le gusta decirlo a Cèlia Amorós. En una operación desnaturalizadora, procedió a desmontar y denunciar la lógica de la opresión sexual y estableció, como pocas veces se había hecho antes, el carácter de constructo cultural del eterno femenino, alineándose no sólo con los existencialistas en la discusión de las esencias, sino también con una línea genealógica (no muy densa, pero sí muy rica), que podemos iniciar en el siglo XVII con François Poullain de la Barre, de denuncia de la situación de exclusión histórica de las mujeres.
Por último, aún vigentes los ecos de las polémicas anteriores, este año se conmemora el centenerio de su nacimiento, abriendo nuevamente una amplia gama de publicaciones entorno de su figura.
Nunca la abandonó un halo polémico que se tensa entre la admiración y el rechazo. Por ejemplo, a comienzos de este año, Le Nouvel Observateur ha publicado un amplio suplemento que no sólo comienza con estas sugestivas palabras: “Vanguardista y radical, venerada y refutada, admirable y quizá detestable, Simone de Beauvoir ha perturbado generaciones de mujeres alrededor del mundo” sino que reproduce la famosa fotografía que en 1952 le tomara el fotógrafo norteamericano Art Shay, de espaldas, peinándose desnuda frente a un pequeño espejo, con el título de “Simone de Beauvoir Escandalosa”.
Pues bien, todas estas ocasiones (desde el artículo de Butler y el cincuentenario hasta los Homenajes por su centenario diseminados por todo el mundo), están entrecruzadas en el fuerte debate labrado entre defensoras de la “igualdad” y de la “diferencia”, por un lado, y de “modernas” y “postmodernas” por otro. En todos los casos, se muestra también la necesidad de actualizar la lectura, el examen y la polémica sobre los aportes y los límites de su teoría feminista y una vez más llegar a De Beauvoir a través de De Beauvoir. En lo que sigue, trataremos de realizar un perfil a trazos gruesos de sus contribuciones, centrándonos en aquellos aspectos fundamentales aún vigentes.