El norteamericano Bill Nichols, historiador del documental, lo definió como “una ficción (de)semejante a cualquier otra”. Igual que los textos de ficción, el documental construye narraciones y emplea códigos y convenciones similares (línea argumental, uso dramático de la música) para montar historias sobre el mundo. “Esta perspectiva subraya la naturaleza construida de las representaciones de la realidad que hace el documental”, señalan Jane Roscoe y Craig Hight (2002) en un estudio sobre el potencial subversivo de aquellos textos que, como el pseudo- documental, juegan con esas elaboraciones.
“El documental no brinda una visión del mundo sin mediación, ni puede sostener sus reivindicaciones de ser un espejo de la sociedad”, agregan.
“Más bien, como cualquier texto de ficción, está construido con una visión que produce versiones determinadas del mundo social”. Sin embargo, la creencia más difundida ante el documental es que puede acceder a lo real. Se plantea una dicotomía entre verdad y ficción, con el documental de un lado y el drama del otro, lo cual confiere al primero un lugar privilegiado: la capacidad de retratar con precisión y veracidad el mundo sociohistórico.