Para visualizar la envergadura cultural de los procesos de globalización nada mejor que otorgar la palabra a sus ideólogos. En la edición de la segunda semana de septiembre de 1998, la revista Newsweekveía así la primera crisis sufrida por la llamada “nueva economía” o economía informacional: “Sucede que el capitalismo no es sólo un sistema económico, es también un conjunto de valores culturales que enfatiza la virtud de la competencia, la legitimidad de las ganancias y el valor de la libertad. No obstante, esos valores no son universalmente compartidos.
De ahí que la propagación del capitalismo no sea un simple ejercicio de ingeniería económica, es un ataque a la cultura y la política de otras naciones que casi asegura un choque”. Lo estratégico de esas palabras es que nos ponen a pensar las ambigüedades y tensiones de la relación actual entre la economía y la cultura, ya que más estructuralmente entrelazadas que nunca ello no significa sin embargo que sus trayectorias sean confundibles, y menos aún asimilables. ¿Cómo pensar la envergadura de los cambios que la globalización produce en nuestras sociedades sin quedar atrapados en la ideología que orienta y legitima su actual curso? Y entonces, ¿cómo escapar a la visión que hace de la globalización la última gran utopía de la convivencia humana sin caer en lo opuesto: su absoluta identificación con una terrorífica homogenización cultural?
(Párrafo extraído del texto a modo de resumen)