La vida se ha trasformado en campo de batalla por ocupar o ampliar espacios de poder. La exhibición del propio ser se torna incómoda. Un interminable juego de espejos reproduce las múltiples faces en que queremos ser vistos. La incertidumbre se ha adueñado del corazón, “bogamos en un vasto medio, siempre inciertos y flotantes”. La necesidad del encubrimiento surge para posibilitar el proyecto existencial deseado; hace emerger la máscara.