El deber primordial del autor de un libro destinado a la enseñanza de una disciplina científica, es expresarse con claridad y sencillez, amoldándose a la mentalidad del lector a quien va dirigido. Para lograr esto, busqué mis colaboradores entre los centenares de mis ex alumnos que, al evocarlos, desfilaban ante mi mesa de trabajo, confiándome, unos, lo que nunca habían logrado comprender; otros, lo que comprendieron sólo a medias; repitiendo, todos, las preguntas que habían formulado en las más diversas ocasiones. Ellos, en su calidad de auténticos representantes de las generaciones futuras, estuvieron a mi lado en forma permanente durante mi labor. Me obligaron a rehacer gran parte de la obra más de una vez; a revisar las definiciones corrientes de muchas magnitudes físicas fundamentales; a intercalar buen número de problemas con su solución explicada, mostrándose particularmente exigentes con el material gráfico del texto.
(fragmento del Prólogo de Enrique Loedel Palumbo)