Probablemente el siglo XIX representa el apogeo de la historia de las expediciones terrestres y marítimas.
La revolución industrial fue el combustible que alimentó la flama del espíritu expansionista, colonialista e imperialista que había caracterizado a las potencias europeas prácticamente por cuatro siglos.
Debido a la creciente ambición de extender los horizontes culturales que propiciaban los imperantes ideales de progreso y expansión de la razón, por un lado, y la fuerte demanda de materias primas y de nuevos consumidores, por el otro, los estados más poderosos buscaban nuevos territorios para aprovechar sus recursos y sus poblaciones. En esas expediciones los naturalistas cumplían el doble papel de recoger información que permitía ampliar el conocimiento y, al mismo tiempo, alimentar el desarrollo de nuevos productos y procedimientos industriales, favoreciendo el crecimiento mercantil.
Los fósiles que prometían contar la historia remota de la vida en una tierra que fascinaba se contaban entre los múltiples intereses que acicateaban la imaginación de los naturalistas que, tras un largo periplo por mar, llegaban a las costa americanas. Lo que sigue es una selección de historias que involucran a algunos de esos cazadores de fósiles, sus presas y los barcos en los que navegaron.