Heredamos un modelo cultural basado en avances científicos y tecnológicos que industrializó los modos de producción para satisfacer las necesidades generadas por el mercado desde la lógica de la dominación. Este modelo científico positivista, es decir, el racionalismo aplicado al diseño, intentó desplazar el significado profundo de los objetos. El funcionalismo pretendió anular sus rasgos culturales y el ascetismo formal se convirtió, entonces, en un objetivo, en una excusa, en un sinónimo del buen diseño o del diseño universal; rótulo absolutamente discutible desde la perspectiva actual. Estas afirmaciones desplazaron a cualquier otra producción con características locales o ancladas en la demanda real más particularizada. De este modo, el racionalismo se constituyó como la única respuesta a todo interrogante, cualquiera fuera su naturaleza, y pasó a ser el sustento cultural y político del modelo económico hegemónico de desarrollo que se impuso desde los países centrales hacia los países periféricos. La producción seriada de productos de consumo masivo sin identidad simbólica, funcional ni de uso, se estableció como la única manera de colocar su producción en nuestros países.