Como se sabe, luego de su comienzo fugaz y fulgurante con el formalismo ruso, la teoría literaria del siglo XX ha recibido siempre un objeto cuyos límites y cuya autonomía no son claros, ahistóricos y esenciales, y deben pensarse siempre de nuevo. En el siglo XXI, con los aportes de Canclini y de Ludmer, incluso la autonomía “relativa”, concebida por Bourdieu (y, desde otra perspectiva, por Bürger) como producto histórico de la Modernidad, ha sido puesta en cuestión. En este contexto, Literaturas compuestas vuelve a preguntarse por los límites de la literatura (y de la “literaturología”, diría Walter Mignolo), por su dominio específico y sus vínculos y relaciones con otras artes y otras disciplinas: la pintura, la música, la ciencia, la historia. Aunque en este terreno, que se ha vuelto tan cenagoso y precario, quizás sea mejor hablar de mezclas, contaminaciones, composiciones. Y es que, ¿sigue siendo posible, o recomendable, pensar una literatura ya constituida, definida y definible, que se apropiaría soberanamente de otras artes y discursos sin perder su identidad? ¿Se dejarán estos discursos, estas disciplinas vampirizar por la literatura sin tensionarla y deformarla?