“Tengo una pila enorme de tareas para corregir”, “Me voy a pasar el fin de semana corrigiendo” son frases cotidianas escuchadas entre los profesores de Lengua para describir una práctica considerada parte de su trabajo, usualmente, calificada de obligación o rutina.
Las propuestas didácticas que circularon en las últimas décadas en el ámbito educativo procuran sustituir el término “corrección” por otros, quizás menos cargados de la sensación de malestar asociada a la obligación rutinaria. Queremos reflexionar aquí sobre la corrección como práctica y preguntarnos por los alcances del cambio de nombre, porque, como sabemos, renombrar una práctica no implica modificarla, pero, además, ¿es necesario modificarla? ¿En qué se basan quienes lo afirman? Por último, ¿el cambio de nombre, implica, para el docente de Lengua, la opción de dejar de corregir?.