Acentuando la situación de beligerancia planteada por Díaz Ronner (2000) en la literatura infantil, Fernández inicia su libro denunciando el histórico control y maltrato de los adultos sobre los niños. La autora parte de los cuentos maravillosos para rastrear la presencia del devorador o comeniños, encarnado a veces en un ogro, un lobo o en una bruja, en las producciones culturales destinadas a la infancia. La permanencia de esta figura a lo largo de los siglos conduce a Fernández a preguntarse por su correlato en la historia de la infancia occidental. Así dicha persistencia, que fue sufriendo modificaciones en el maravilloso, nos revela la crueldad de los adultos hacia los chicos de todas las épocas.
A partir del concepto bajtiniano de cronotopo, Fernández se detiene en las versiones de los cuentos maravillosos de Giambattista Basile, Charles Perrault y los hermanos Grimm, entre otros, para luego dedicarse a producciones contemporáneas que presentan otras relaciones de poder entre los adultos y los niños. La irrupción del libro álbum y de la parodia en la literatura infantil de fines del siglo XX se opone al mundo políticamente correcto presentado por Disney apelando a una percepción reflexiva y desautomatizada de la infancia.