En el contexto del Río de la Plata, donde la ruptura revolucionaria pareció borrar definitivamente la persistencia de cualquier impronta colonial, Francisco de Paula Castañeda (1776-1832) se destaca como uno de los pocos casos que superponen la figura del religioso y escritor público de suceso. Patriota equívoco durante la segunda década del siglo, Castañeda se distancia definitivamente del gobierno porteño hacia 1820, cuando la “feliz experiencia” rivadaviana avanza activamente en la racionalización y laicización del espacio público. Es entonces cuando decide definitivamente pasar el púlpito, que sin embargo no abandona, a la prensa, y dirigirse a su público a través de una serie de campañas periodísticas. Sus objetos son pocos y consistentes: combatir los avances de la reforma eclesiástica impulsada por los rivadavianos, sostener su Academia de Dibujo —la primera que se había abierto en Buenos Aires—, o promover educación de los indios de Kakel Huincul —donde había sido desterrado—. Más generales o más concretos, todos ellos suponen la restauración de un ideal de orden bajo la tutela de la Iglesia e imaginan la patria bajo una estructura familiar en la que el matrimonio es entre padres (de la Iglesia) y matronas (esposas y madres, pero con una fuerte capacidad para modelar la opinión a partir de esos roles). El rol de los varones no célibes y el de los solteros, como se advierte, resultará de su mayor cuidado.