La Unión de Naciones Sudamericanas (en adelante, Unasur) se constituye sobre la base de una horizontalidad arraigada en la desigualdad de poder. Esta horizontalidad se expresa, entre otras cosas, en la arquitectura jurídicoinstitucional que asumió el bloque, a partir de la cual, en todas sus instancias, los miembros cuentan con un voto y con poder de veto. Inclusive, esta se percibe en el abordaje simultáneo de una amplia pluralidad temática en la agenda regional, sin una priorización explícita de ciertos temas sobre otros. Por su parte, la desigualdad de poder se torna evidente en, al menos, tres niveles y en dos dimensiones. Constituyen estos tres niveles: las asimetrías de poder al interior de cada uno de los doce países de Unasur; aquellas evidentes entre los países miembros; y, finalmente, las que se materializan en la relación entre los Estados sudamericanos y los países situados por fuera de las fronteras de la subregión. Por su parte, las dos dimensiones de esta desigualdad comprenden tanto lo tangible -representado en aristas como la económica, la de defensa, la de los recursos naturales y la de la infraestructura-, como lo intangible -manifiesto áreas como la de la toma de decisiones, la de la educación, la del conocimiento científico y tecnológico y la migratoria-. Ante este panorama, el presente trabajo, pretende dar cuenta de cómo esta horizontalidad y desigualdad de poder coexisten en la Unasur y cómo las mismas afectan a la naturaleza del bloque, a su evolución y a su capacidad para traducir lo acordado en un accionar concreto.