¿Si la página colonial de Italia duró alrededor de sesenta años (1880-1941), como se elaboró su memoria en los sesenta años siguientes? ¿Qué queda hoy del pasado colonial, de sus ambiciones y veleidades, de sus sueños y tensiones así como de sus lutos y sus derrotas? ¿Qué memorias conservan los italianos del imperio colonial y de sus vestigios, y qué memorias se esconden en los más recónditos escenarios de la sociedad africana que en su interior fue testigo de la presencia colonial italiana? La respuesta a estas preguntas pone al historiador contemporáneo en serios problemas de juicio: por un lado, en su propio trabajo, en cuanto productor de historia y asimismo como receptor de mentalidades colectivas y de flujos de memoria que no son fáciles de comprender en su totalidad, y por el otro, -sobre una cuestión planteada varias veces en estos últimos años de historia nacional-, si en la actualidad, en el que las políticas de la memoria son experimentadas como actos debidos en procura de una reconciliación nacional que tiende a negar cualquier memoria antagónica o diferente, sea posible buscar una “memoria compartida” capaz de hacerse cargo de las heridas del pasado y de las contrastantes necesidades del presente.