Es bien sabido que cuanto menos consultemos a los médicos, mejor será nuestra salud. El contacto frecuente con estos personajes, misteriosos, dotados de un saber difícilmente aprehensible para cualquiera de nosotros, saber que da cuenta de lo que sucede en nuestro cuerpo, lugar de todas nuestras curiosidades infantiles, puede resultar muy peligroso; sobretodo, en el caso en que temamos que uno de nuestros órganos, regalo de nuestros padres (sin que se lo hubiésemos pedido) manifiesta cierto disfuncionamiento. Nuestra atención se dirige especialmente a uno de ellos: la cabeza y lo que sucede en su interior. Todos reconocemos que los psiquiatras están medio locos, y que los psicoanalistas manifiestan demasiado interés en la sexualidad. Si frecuentamos mucho a los primeros, corremos el riesgo de desvariar; con los últimos, nos volveremos totalmente obsesivos. El médico capaz de curar la enfermedad deviene a nuestros ojos como aquel que la lleva consigo, si no conociere el mal que nos aqueja, hasta podríamos pensar que, en realidad, él no sabe nada al respecto, que es incompetente en el tema.