Bajar del Norte, caminar dos cuadras por asfalto, sonreírle a los chicos y chicas que juegan en la plaza, saludar a un perro, continuar el recorrido en un trayecto lineal hasta arribar a una esquina donde se reúne la asamblea de este barrio y desde la cual se observa cómo avanzan las obras para electrificar el Tren Roca. Estamos en Ringuelet, un asentamiento emplazado a la vera del arroyo El Gato, cuya relocalización comenzó este año.
Decir que se trata de un asentamiento popular es indicar su condición de barrio pero destacar que carece de servicios públicos, que las viviendas están construidas de manera precaria y que la propiedad de la tierra es ajena: el terreno es fiscal o privado, no pertenece a quienes lo habitan. Roberta Valdez (2014: 42) lo explica así: «Trazados urbanos que tienden a ser regulares y planificados, semejando el amanzamiento habitual de los loteos comercializados en el mercado de tierras».
En las ciudades que la autora califica como neoliberales el precio del suelo es asignado por el mercado. Por eso en muchas ocasiones «la única forma de acceder a una vivienda digna es produciendo toma de tierras para auto construir las viviendas y así un barrio» (Valdez, 2014: 49).
Partimos de pensar que todo espacio es ideológico y político. Para referirnos al barrio recuperamos la mirada de Jesús Martín-Barbero (1991), quien afirma que éste se constituye en un mediador entre el mundo público de la ciudad y el privado de la casa, al brindar referencias para constituir un nosotros estable.