Entre 1680 y 1710 se producen cambios en el orden internacional como resultado de un período de guerras casi continuas que no cesaron formalmente hasta 1721. Había tres conflictos distintos, aunque no enteramente separados. El primero, localizado en la Europa del sudeste, era principalmente un conflicto entre Austria y el Imperio Otomano en cuanto se trataba del acto final del enfrentamiento entre la Cristiandad y el Islam. El segundo, estaba definido por las guerras contra Luis XIV y el peligro que Francia suponía para el orden europeo. El tercer conflicto se relacionaba con el descenso de Suecia y la búsqueda de equilibrio en el Mar Báltico teniendo en cuenta el ascenso de Rusia. La alianza organizada contra los Borbones en la Guerra de Sucesión Española tenía como objetivo decidir quién gobernaría la monarquía española pero, más aún, quién tendría el predominio en Europa. Al finalizar la guerra Gran Bretaña obtuvo el lugar de potencia emergente frente al descenso, no sólo de Francia sino también de Holanda (Mc Kay & Scott, 1983: 289).