El punto de partida de este trabajo es la siguiente hipótesis: ante el desgarro traumático, ante el agujero en la trama simbólica mejor o peor entretejida, se elige. Hay detrás de cada elección, en los bordes de ese margen, aun en el más pequeño, una decisión ética.
El trauma supone siempre una contingencia, un encuentro imprevisto y azaroso en el que el sujeto está implicado. Desde la perspectiva de los efectos subjetivos del terrorismo de Estado, se demuestra que allí donde queda anonadado, la política del terror tiene una eficacia absoluta.
Dicho esto, afirmamos que hasta en el mayor genocidio de la historia, el aún hoy recurrentemente llamado holocausto como si de un sacrificio se tratase, hubo distintas respuestas.
Hubo mucha gente que pudo superar el momento de perplejidad y hacer algo: hubo aquellos que hicieron lo que tenían que hacer, aun a riesgo de su vida.