En las últimas décadas, la matriz productiva y tecnológica del sector agroindustrial argentino ha mostrado significativas transformaciones, en el marco de un fenómeno llamado agriculturización. En un principio, se produjo un aumento en la superficie destinada a la actividad agrícola,1 lo que implicó una serie de cambios en la actividad productiva y repercutió también en el sistema social, económico y ambiental. Entre las consecuencias de estas transformaciones, se destacan, por una parte, aquellas que significaron una importante contribución a las economías provinciales y nacionales, tanto en términos de aumento del Producto Bruto Geográfico como en la productividad de los factores incorporados a la producción, en la generación de divisas, en los volúmenes de la recaudación fiscal y en el nivel de inversión pública y privada –fundamentalmente, en infraestructura de transporte, en servicios logísticos, en maquinaria agrícola y en industrias agroalimentarias.