La cínica cruzada anticorrupción no se limita a nuestro país ni es esencialmente antikirchnerista o promacrista. Convertida en el abracadabra de los sectores conservadores para desatar venganza sobre los procesos populares, la corrupción deviene expresión transfronteriza de persecución. Esta es, sin duda, funcional a ciertas posiciones. Pero lo importante está en otra parte: al tiempo que se fortalece lo peor de la corporación judicial, se corroe peligrosamente la política.