Con el inicio de la llamada “Primavera Árabe” en Siria en 2011, que acabó convirtiéndose luego en un conflicto armado de enorme gravedad, Líbano comenzó a verse arrastrado hacia ese conflicto.
No solo su estructura económica y social se vio comprometida con la llegada de más de un millón de refugiados, sino también su estructura política se vio conmocionada, trasladando el tradicional eje de rivalidad cristiano-musulmana a uno distinto, el de chiismo-sunismo, reflejo de las ambiciones que tanto Irán como Arabia Saudita, potencias medias regionales, tienen sobre el territorio.