Frente a esa lengua hecha de lo innominable que portan quienes sufrieron extremas violaciones a los derechos humanos, se juega un vacío de sentido que se sostiene en lo íntimo, no ya de quien testimonia, sino del que escucha. En Argentina, la experiencia de juzgar los crímenes de la dictadura enfrentó a jueces y fiscales a los relatos de víctimas de hechos atroces. Lejos del terreno probatorio que el derecho exige y de cara a la imposibilidad real del horror, nadie salió indemne.