Mientras el pibe de gorra se vuelve paradigma de la inseguridad, los empresarios y banqueros que realizan maniobras evasoras y defraudatorias no son percibidos como delincuentes. La comunicación sesgada de la decisión político-criminal que opta por la persecución de los más vulnerables es la clave por la que estos, y no los responsables del gran daño que genera el fraude fiscal, se convierten en los depositarios de todos los males de la sociedad.