La primera mitad de la década de los noventa fue un período de silencio y poca presencia pública de los reclamos por las violaciones a los derechos humanos. Tanto en Argentina como en Uruguay las decisiones institucionales de fines de los ochenta –los indultos menemistas en un caso, la consagración de la impunidad en el otro (a través de la ratificación de la Ley de Caducidad de la pretensión punitiva del estado en el plebiscito de 1989) -habían significado un duro golpe a las organizaciones y a la movilización ligada al movimiento de derechos humanos. Esta situación cambió en 1995-1996, a partir de las declaraciones de Adolfo Scilingo sobre los vuelos de la muerte y la autocrítica que realizó el Jefe del Ejército Martín Balza en Argentina, y de la reelección presidencial del candidato del Partido Colorado Julio María Sanguinetti (1996-2000), en Uruguay (1).
A partir de ese momento, por primera vez dentro del campo de los DDHH se vivió la presencia de los jóvenes, reivindicando una mirada diferente y generacional.
Numéricamente fue un grupo reducido, pero logró rápidamente tener impacto en los medios masivos de comunicación. Su llegada puso sobre la mesa la eficacia política de nuevas formas de protesta social y el cuestionamiento de las políticas de memoria hasta ese momento instrumentadas. En ambos países, esta presencia juvenil se expresó en la organización de hijos de desaparecidos y otras víctimas de la represión. En Uruguay, la organización HIJOS se presentó a sí misma como "HIJOS": Hijos de desaparecidos, asesinados, ex presos, exiliados. A 20 años de su surgimiento resulta interesante analizar algunas de sus innovaciones en el terreno de la memoria y la protesta social.