Hace poco más de ocho año que México vive sumergido en un estado de violencia. La guerra contra el narcotráfico anunciada por el ex presidente Calderón ha cobrado la vida de miles de personas. Pareciera que, poco a poco, nos hemos acostumbrado –si es que ello es posible– a vivir con la violencia a un lado de nosotros. Hay quienes las viven más de cerca, aquellos que cotidianamente tienen que frenar sus actividades porque hay balaceras en toda la ciudad, espacios donde perder la vida es un miedo latente. Hay quienes somos un poco más afortunados y nos enteramos de este tipo de cosas a través de las noticias y redes sociales, las desapariciones forzadas, los cuerpos encontrados, la censura a periodistas son temas que han dejado de ser ajenos para nosotros.
El 26 de septiembre pasado el país se paralizó, 43 estudiantes de la normal de Ayotzinapa habían desaparecido y las hipótesis sobre su localización no se hicieron esperar. Con el pasar de las horas y los días, el número 43 adquirió el rostro de un pueblo indignado, harto de vivir en la violencia y el miedo, de un México que no podía continuar indiferente ante lo que a otros les sucede de manera cotidiana.
(Párrafo extraído del texto a modo de resumen)