El Viaje de los días nace de Cartas griegas, mi primer libro, como quien anhela el aroma del primer amor, de ese algo omitido que no fue entregado.
En estas páginas he puesto la nostalgia de mis muertos, los invisibles seres presentes. Están en los relatos concedidos por sorprendentes cosmografías; las mismas que vieran nacer la estirpe de los argonautas, que es la propia. Enamorados de la vida exploraban los secretos del corazón, la más antigua agonía y oráculo de la respuesta única.
Surgen, al azar de la memoria, dos amantes efímeros que la noche reúne en una isla famosa; el hombre, insomne, que frente a las amplias puertas del cielo contempla como el león de mármol, el sol nocturno. Y las almas que emprenden el regreso.
Todos somos Odiseo, el hijo dilecto imaginado por Homero regresando a Itaca, el íntimo hogar.
Trazar un libro proporciona alegría. Es revelar una emoción profunda transformada en pensamiento; hallar, finalmente, la palabra intermediaria que la traduce. La palabra es la gota que inaugura el rugido del mar. Nace el libro.
Venero el presente inviolable. Comparto el sabor del café y los versos de Emerson: "Un eterno ahora es la forma de la naturaleza, que pone en mis rosales las mismas rosas que deleitaron al caldeo en sus jardines colgantes." No ignoro que un marco inmaterial e infinito me abarca. En las coordenadas que la ciencia no alcanza a comprender, en el perfecto teclado, Dios sonríe y continúa creando su privado y magnífico universo.
(Del prólogo del autor)