A nuestro lado estaba la poesía, el poder provocativo que nos uniría por siempre. Eran los años 70 y la amenaza nuclear, el desequilibrio ecológico, la sociedad de consumo, la crisis de las ideologías, las ausencias del día a día, los amores y los desamores nos hilvanaban cada vez más a Beñsso, una mítica ciudad atravesada por un río y mil voces obreras, que reclamaban en la geografía de sus calles.
Éramos versos en desarrollo, sentíamos ser poetas y buscar la voz que nos alejara del epigonismo para fundar otra mirada.
Tiempos sumados al tiempo en los que todo se discutía y se defendía: una coma, la cultura, las repeticiones, los autores, las poéticas, los escombros del poema, la dicción y la libertad.
Fue en aquel legendario taller “Almafuerte”, algo underground que nacíamos a la palabra los Poetae novi.
Víctor Valledor sacudió una tarde la desmesura del surrealismo, propuso la deconstrucción, lo no dicho; mientras recorría Trakl y desnudaba a Lautreamont. Los arcos y las liras de Octavio Paz, los manifiestos, la alteración de las caligrafías, los duelos a sauce y rosas por no silenciar un verbo, armaban escenarios desde donde se podía apreciar la gesta de una palabra que se inauguraba cada vez, como un ejercicio que no claudicaba nunca.
La lectura era un deber inexcusable para que el lenguaje alumbrara y no dejara la entrada libre a las sombras.
Y Valledor, desde la atmósfera mítica de los años 70, no ha dejado la Palabra, pues siempre la trabajó con un oxígeno, con un sentido tan personal que pudo arrastrarla hasta sus límites, que no son otros que los que aún están por pronunciarse.
La poesía, le ha dado un lugar y él, ha sabido honrarla por ello es hoy lo más identitario de su vida.
La escritura nunca es un lugar de privilegio, es una zona de lucha, de ambigüedad, entre la vida y la muerte, porque las circunstancias del poema así lo exigen, y es allí donde escribe Víctor Hugo Valledor. Su poesía siempre termina donde vuelve a empezar.
(del prólogo escrito por Mónica Claus y Ángela Gentile)