La economía política de la comunicación creció en torno al desafío de describir y examinar el significado de las instituciones (empresas y gobiernos) responsables por la producción, distribución e intercambio de las mercancías de comunicación y por la regulación del mercado de comunicación.
Por su parte los estudios culturales se ocupan de describir las formas en que las prácticas culturales se producen en las formaciones sociales, cómo se reproducen o cómo aportan a la transformación de estructuras preexistentes. Así, favorecen el análisis de la construcción de los contextos y las matrices de poder que los sustentan.
Existen algunas propuestas convergentes entre ambas posiciones. Armand Matterlart plantea que: “Tanto los estudios culturales como la economía política de la comunicación proceden de una crítica a la sociología funcionalista y su mirada instrumental de los medios y el receptor, y a su propensión a dejar a los medios fuera de la estructura y a silenciar las determinaciones estructurales que afectan tanto a los medios como a los receptores” (2011: 157).Sin embargo entre las décadas del ochenta y noventa se proponen definir objetos de estudio diferenciados: en términos macroeconómicos que faciliten una mirada global para una de ellas, en tanto la otra se propone un nuevo abordaje del proyecto de comprender las realidades sociales y las posibilidades humanas.
Hoy, a partir de reflexiones fundamentales de pensadores contemporáneos, se establece definitivamente que existe: (…) la voluntad de apertura e invitación a un diálogo productivo de la escuela crítica de la economía política de la comunicación con problemas y procesos fundamentales de mediación que, en parte, han venido abordando desde el giro lingüístico de los ochenta los estudios culturales a partir del análisis sobre el consumo de la industria cultural (Bolaño C. 2013: 15).