Desde 1812 con la implementación de la Constitución de Cádiz, pasando luego por la restauración monárquica en 1814 y volviendo a la restitución del liberalismo en 1820, España fue y vino entre una ideología y una práctica totalmente contrapuesta.
No hubo unidad de acción, por el contrario los militares españoles en el Perú jugaron su propio juego más allá de las disposiciones o posturas políticas como la historiografía ha planteado, no fue una lucha entre liberales y absolutistas, sino que actuaron según sus propias intenciones e intereses personales.
Este trabajo se enmarca en la nueva historia militar que ha abierto nuevos enfoques de análisis al abordar la composición social del ejército, el reclutamiento y la instrucción militar entre otros temas (Bodeguero, 1994: 147-171). Dentro de este concepto podríamos incluir los conflictos existentes en la cúpula del ejército y los efectos que dichos conflictos han tenido en la desarticulación de las fuerzas realistas como uno de los síntomas que evidencian la falta de unidad necesaria para la toma de mando y conducción de la guerra. La guerra fue, como lo ha dicho ya Clausewitz, no solo un enfrentamiento entre ejércitos sino la continuidad de la política.
El objetivo es, entonces, analizar los últimos diez años de guerra en los que actuaron tres militares españoles, de los cuales dos de ellos fueron los últimos virreyes, Pezuela y La Serna, cuyos conflictos socavaron el poder militar y dieron como resultado la consolidación de la independencia. Veremos además un tema poco comentado en la historiografía independentista que es el concepto de la “desobediencia debida” aplicada en la Constitución de Cádiz de 1812 y reinstalada en el trienio liberal español en 1820. Consideramos que la Constitución, más que lograr aglutinar a las fuerzas militares y aportar un espíritu nacionalista como pretendía, terminó por desarticular el ejército español, situación que fue muy bien aprovechada por el ejército independentista. Nos referimos a dos acontecimientos puntuales, la rebelión de Aznapuquio, primer golpe militar en el seno del ejército, en 1821, y la rebelión de Pedro A. Olañeta en 1825 contra el virrey interino general La Serna, rebelión que fue bien recibida por Bolívar porque la consideraba a favor de los intereses de los independentistas.