La educación pública argentina es herencia de las mejores ideas de los fundadores y lo mejor de los grandes movimientos populares.
Propone que todos puedan recorrer un camino que reúna el primer guardapolvo con la formación superior, con el Estado como garante. Todos.
En esa posibilidad radica su riqueza, porque aspira a otorgársela por igual tanto a los interiores geográficos y sociales profundos como a los centros privilegiados de un país desigual. Y lo intenta.
Sus escuelas, colegios y facultades contienen un ideal que luce los principios constitucionales, y a la vez, una opción de realización personal y de libertad. El derecho a enseñar y aprender se transforma en un derecho que debilita la injusticia social, y produce resultados que lo confirman, como esos primeros títulos universitarios de familias que rompen la lógica medieval de la riqueza heredada.
Es entonces en esas garantías donde se produce el debate esencial.