Es habitual comenzar un libro con la historia de la temática que lo involucra. Ya hay numerosos textos muy completos y autorizados cuentan la historia de la radioprotección. Las circunstancias que rodearon los primeros descubrimientos de esa rara forma de energía que motivó el nombre de “X” para los primeros rayos detectados; las consecuencias nocivas que tuvieron para la salud de muchos de los pioneros que desconocían el aspecto perjudicial que conllevaban las radiaciones; la paulatina toma de consciencia de esos efectos perniciosos y el advenimiento de medidas y propuestas para evitarlos. Una obra muy amena y completa es Historia de la radiación, la radiactividad y la radioprotección, de Bo Lindell. Sería redundante desarrollar nuevamente aquí esa historia, y realmente impropio pretender reducirla a un par de páginas.
Las aplicaciones y beneficios que se fueron encontrando a lo largo del siglo XX para las radiaciones ionizantes en el campo de la salud fueron tan formidables que el avance fue imparable. En lo que al diagnóstico se refiere, obtener imágenes del interior del organismo desde afuera, era una cosa impensable antes de Roentgen. Por otra parte, el reconocimiento de que el efecto deletéreo de las radiaciones podía implicar su empleo en la destrucción de tejidos malignos marcó sin duda un hito en la forma de hacer frente a enfermedades hasta ese momento consideradas intratables.
La medicina de hoy, es impensable sin la utilización de metodologías de alta complejidad, muchas de las cuales emplean radiaciones ionizantes. Esto implica que la radioprotección es un ítem imprescindible en los conocimientos requeridos para los profesionales involucrados en los procedimientos, los médicos y técnicos actuantes y fundamentalmente el físico médico.