Emilia tenía veintiocho años. Como mujer aymara-quechua, sentía la injusticia como los pueblos originarios despojados de la Abya Yala, y comprendió pronto que la transmisión del legado familiar que le asignaba el matriarcado no era un deber individual de reproducción cultural, sino un compromiso social: un horizonte político a construir. En esa búsqueda encontró su lugar como estudiante de periodismo, militante y docente intercultural. El 1° de enero de 2016 murió ahogada en una fiesta clandestina que devela los negociados de la noche platense y la complicidad de las autoridades municipales. A la fecha, con el propio intendente denunciado penalmente por abuso de autoridad y encubrimiento, su muerte permanece impune.