A poco de cumplirse el aniversario centenario de la creación de la Organización Internacional del Trabajo (en adelante OIT), este actor es puesto en el centro de una renovada historiografía que se piensa en clave regional y que aborda de una forma crítica y novedosa la vinculación de este organismo internacional y América Latina. Para quienes estamos interesados desde una perspectiva histórica en los mundos del trabajo latinoamericanos, sus formas, sujetos, experiencias, contornos y dinámicas, la OIT se torna un actor insoslayable. Desde su creación en 1919 constituye un factor fundamental para pensar tanto la construcción de la intervención de los estados nacionales en esos mundos laborales como, sobre todo, la definición de ciertos campos laborales constituidos en torno a aquello que la OIT problematizó y definió como trabajo, en función de un conjunto de sentidos y supuestos a los que es necesario historizar y repensar. Precisamente, la definición de tales campos laborales en el seno de la OIT estuvo atravesada por las tensiones entre los estados, los empresarios y los trabajadores, cuyas representaciones tenían cabida en este particular órgano internacional con una estructura tripartita.