Es ampliamente aceptado el hecho de que todos los fenómenos o estados mentales tienen un correlato en procesos físico-químicos en el cerebro que, en última instancia, están gobernados por las leyes de la física.1 2 La evidencia experimental en este sentido es creciente y abrumadora. El conocimiento a nivel experimental de la contraparte física de los procesos mentales se incrementa constantemente y se realizan descubrimientos a una velocidad vertiginosa. Como ejemplo podemos mencionar el notable efecto de la “neurona de Jennifer Aniston”. En un experimento realizado por investigadores del Instituto de Tecnología de California, se les mostró a pacientes epilépticos un gran número de fotografías y se descubrió que en los cerebros de estos pacientes había algunas neuronas individuales que se activaban al ver imágenes de determinados personajes. 3 4 En un paciente, por ejemplo, había una neurona que reaccionaba exclusivamente ante imágenes de Bill Clinton. Otro paciente tenía una neurona que reaccionaba solo ante imágenes de Jennifer Aniston (esto no implica que, en general, haya una correspondencia uno-uno entre la respuesta de neuronas individuales y percepciones particulares). El experimento de “la neurona de Jennifer Aniston” pone de relieve la sofisticación que ha alcanzado la neurociencia experimental en la actualidad, puesto que permite en algunos casos monitorear la actividad de neuronas individuales en el cerebro.