Cuando Julio César volvió a cruzar el exiguo curso de agua —que de alguna manera ya no marcaba el límite con la Galia— y avanzó sobre Roma sin permiso del Senado, puso en marcha la conversión de la República en Imperio. No obstante, la suerte de la geografía política europea moderna había estado echada mucho antes de ese momento: durante la misión militar expansiva que se había extendido casi una década —con la consecuente masacre de más de un millón de personas— y significado no sólo la anexión de los territorios galos, sino también la incursión de los romanos en Germania y Britania. Esa República menguante, que ya no terminaba en el Rubicón, se vanagloriaba de haber atravesado no sólo el Rin, sino también el Canal de la Mancha.