La noción de proyecto establece un campo específico de conocimiento y es a su vez la herramienta de configuración de la arquitectura.
En nuestras universidades – me refiero concretamente a la Universidad Pública en la Argentina – prevalece la idea de una formación profesional, siendo el campo del proyecto el eje de todo el programa de la carrera de arquitectura.
Está ligado a un esquema de enseñanza, en el que para aprender a hacer arquitectura se simulan ejercicios similares a los del quehacer profesional.
En el desarrollo de la carrera, aproximadamente cinco o seis años de Diseño o Arquitectura, según se denomine a esta materia eje, se establece una gradación que va de lo pequeño a lo grande, del edificio unitario al sector de ciudad, y del programa sencillo y conocido, al de alta complejidad.
Dentro de esta tradición hay dos cuestiones que están en revisión: por un lado, si el modelo pedagógico debe estar basado en la asimilación al proceso de aprendizaje con una actitud semejante a la de un profesional que aborda un programa concreto y realizable. Y, además, si la evolución de este proceso debe estar basado en el aumento de escala y complejidad.
Cabe aquí preguntarse si esta complejidad debe estar basada simplemente en aumentar superficies o en aumentar la problemática de análisis, incluso sobre una misma escala de trabajo.
Y si estas dos variables deben estar a su vez alentadas por una orientación que apunte al profesionalismo o hacia un carácter más experimental del proyecto. En otras palabras, si debe predominar una lógica que responda a las demandas de “la realidad”, o si en esta etapa debe predominar lo creativo, con su cuota de utopía, como camino de aprendizaje.