En los últimos 15 años, el número de investigaciones cuyo tema central es el Autismo ha crecido exponencialmente. Lai, Lombardo y Baron-Cohen (2013), por ejemplo, estiman que entre 2010 y 2012 se han publicado tres veces más artículos que en toda la historia previa de investigación sobre la temática, y que dicho interés académico acompaña el creciente número de casos de Autismo diagnosticados en instituciones de salud. En Estados Unidos, por ejemplo, en 2000, 1 de cada 150 niños era diagnosticado con Autismo. En 2012, la cifra asciende a 1 de cada 68 infantes, y se agregan otros estadísticos que se consideran de importancia, como ser que el 46% de los niños diagnosticados tiene probabilidades de convertirse en un sujeto con una inteligencia superior a la media (un caso de Autismo de Alto Rendimiento), y que la variable independiente “género” resulta fundamental, dado que existen cinco veces más casos de Autismo en varones que en mujeres (CDC, 2014). El Autismo es caracterizado, así, como el Trastorno del Desarrollo de mayor crecimiento contemporáneo, y, además, como una “preocupación económica”: el costo promedio de la atención médica y psicológica de un autista a lo largo de su vida alcanza, en EE.UU, los 2 millones de dólares (Buescher et al., 2014) y, además, se estima que sólo el 20% de esta población logra insertarse en el mercado laboral y productivo (Bureau of Labor Statistics, 2014). Si bien en nuestro país no existen estadísticas oficiales, un relevamiento realizado por APAdeA y FAdeA confirma a nivel local la tendencia al crecimiento en el diagnóstico (APAdeA, 2014).