“He comenzado poniendo sobre la mesa, una vez más, los objetos materiales en los que ancla el recuerdo de esos tiempos amargos. La citación a la revisación médica, fechada en octubre de 1981. El rosario que llevé al cuello, hecho de cuentas que parecen granos de café. Un imán con la imagen de una santa cuyo nombre ignoro. Tres ‘pasaportes de salida’, sellados al dorso por una comisaría de La Plata. Un boleto de tren Constitución-Río Colorado. Dos sobres estampados con la figura de Sarah Kay que guardan dibujos infantiles. Un collage de varias hojas abrochadas en rudimentaria carpeta que también podría parecer obra de niños, si no fuera por las bocas pulposas que el labial rojo imprimió como besos de papel. Tarjetas postales con motivos mejicanos. La fotografía de un grupo de soldados vestidos de fajina, entre los que asoma, irreconocible aun para mí mismo, ese muchachito que alguna vez fui. Una pila de sobres sucios y pisoteados con las cartas recibidas, y otra, prolijamente sujeta por una banda elástica, con algunas de las que yo mismo escribí. De no ser porque colección tan variopinta desafía mi incredulidad, treinta y cinco años después diría que todo fue un mal sueño.” Así se inicia el libro que intenté escribir por primera vez cuando estaban por cumplirse los primeros diez años tras la guerra de Malvinas, en la que me tocó participar como soldado “voluntario” movilizado al Teatro de Operaciones Sur con un regimiento radicado en la provincia de Buenos Aires.