¿Qué sucede con el nivel de actividad si, en un momento determinado, los agentes deciden destinar una mayor proporción de su ingreso al ahorro y menos al consumo? Preguntas como esta surgen constantemente en las discusiones macroeconómicas; responderlas suele no ser una tarea sencilla. En este caso particular, es posible que se contrapongan dos intuiciones: (i) la menor predisposición a consumir deprime la demanda agregada, y consecuentemente el nivel de actividad; o bien (ii) un ahorro planeado más alto llevaría a un incremento en la oferta de crédito, lo que estimularía la inversión; el resultado sería una reasignación del gasto del consumo corriente hacia la acumulación de capital, y un crecimiento más rápido de la futura capacidad de producción. Frente a una diferencia tan marcada en el análisis de un hecho económico, que naturalmente llevaría a posiciones netamente distintas con respecto al tipo y la dirección de las políticas que correspondería aplicar, surgen preguntas acerca de cómo entender y procesar esas discrepancias.