Los militares que gobernaron el país entre 1976 y 1983 se legitimaron, en parte, a partir de la figura de los subversivos. Éstos fueron representados como seres malignos que pretendían subvertir los valores intrínsecos de la sociedad argentina. Cuando este enemigo fue derrotado, los militares debieron buscar un nuevo sostén de legitimación social. Y lo encontraron en la figura de los exiliados, quienes al no poder atentar contra la nación desde “adentro” habían escapado y, entonces, desde “afuera” pretendían deslegitimar al país. Así, fueron presentados como los responsables de una “campaña antiargentina” que concitó considerable apoyo social. Ésta, y el apoyo mayoritario de la sociedad, se tornaron evidentes durante el Mundial de Fútbol de 1978. Consideramos que el consenso social que esta campaña logró movilizar se explica, en mucho, por la apelación a la Nación atacada a la que recurrieron los militares. En ese contexto, los exiliados se enfrentaron al dilema de qué hacer frente al Mundial: denunciar las violaciones a los Derechos Humanos, disfrutar del evento o ambas. En ello, se pusieron de manifiesto elementos culturales de enorme peso simbólico como la pasión futbolística y, también, la nacionalidad. A su vez, los exiliados fueron reconfigurando sus propias convicciones revolucionarias y asumiendo como propio un discurso en clave humanitaria.