La cuarta temporada de Black Mirror se estrenó el pasado 29 de diciembre por la plataforma Netflix, empresa que adquirió los derechos de la serie británica en 2016. Para algunos críticos, especialistas o simplemente espectadores, la emisión significó una sorpresa positiva y para otros, una continuidad temática que construye un universo distópico entre los capítulos de las temporadas anteriores. La serie, que cuenta con la legitimidad del rating medido en visualizaciones y de los premios por su calidad retórica y estética, atrae por su carácter interpelador en narrativas que vinculan la tecnología y las subjetividades, en un tono cínico y apocalíptico. Sin referencias de tiempo y lugar, las amenazas y deseos de los diferentes personajes no pierden vigencia. En efecto, y tras ser una representación audiovisual muy explícita de la sociedad global, Netflix publicitó el estreno con un video en redes sociales donde las noticias y los capítulos más famosos de la serie se amalgamaban y se sucedían sin dar pausa a la distinción entre lo real y lo ficcional. En esos términos, el espejo propuesto por el programa se oscurece porque en ninguna dimensión sus protagonistas no pueden evitar la tragedia que empieza con la farsa.