La consolidación del turismo como una práctica social universalizada dio lugar a la proliferación de diversos espacios con lógicas distintas. Entre ellos, los enclaves turísticos constituyen una de las espacialidades más repetidas y estudiadas en la historia del turismo. Estos enclaves son espacios cerrados y artificiales, producidos bajo una lógica de dominación, donde se intenta mantener al turista dentro de unos límites establecidos, brindándole todos servicios que requiere y satisfaciendo todos sus deseos. Las grandes cadenas hoteleras y los cruceros son claros ejemplos de estos espacios, aunque el análisis puede escapar a otras iniciativas, sean de carácter privado o público.
En Argentina, el gobierno peronista impulsó a mediados del siglo XX el Turismo Social, como una política que apuntaba a la democratización de la actividad turística, permitiéndole a muchas personas viajar y realizar actividades recreacionales en algún destino del país. Esta política se materializaba con la implementación de planes sociales que, entre otras posibilidades, ofrecían una estadía en las Unidades Turísticas construidas por el gobierno. El caso de la colonia de vacaciones de Chapadmalal fue uno de los más icónicos, en tanto se constituía como un complejo hotelero de una dimensión inédita y con excesivas comodidades, para un público que no estaba acostumbrado a ese lujo. Las características del complejo y los elementos simbólicos en torno a su construcción por parte del gobierno lo tornan asimilable con el modelo de enclave turístico.