La Universidad, esa infinita sucesión de circunstancias intelectuales en permanente cambio, es una de las creaciones humanas más compleja y durable. Ha estado siempre, y lo sigue estando hoy, con una lozanía sorprendente, en la avanzada de una de las concepciones esenciales del hombre y del progreso humano: la que ve el individuo como un ser pensante capaz de mejorar en base al progreso de su nivel cultural. Es decir, asumiendo que el mejoramiento del hombre sólo se logra mejorando su calidad humana. El tema que corresponde a nuestro tiempo es la autonomía. Al menos lo es en Argentina y en todos aquellos países que, no habiendo caído completamente en un estado de economicismo salvaje e inhumano, también retrógrado, se los intenta introducir definitivamente en ellos mediante presiones de todo tipo. Cuando se intenta disminuir la capacidad de un pueblo para decidir su propio destino, lo primero que comúnmente se ataca es la autonomía universitaria.