En la tradición marxista el desocupado integra el ambigüario que conocemos con el nombre de lumpenproletariado; ese lugar de la desorganización, de la espontaneidad pero también de la irascibilidad, lo instintivo, lo irracional, lo inconsciente, lo insolidario, del sálvese quien pueda, la pasividad, de la inacción; un lugar que les cabe a los “pueblos sin historia”. Y cuando el lumpenaje se digna a actuar, el sentido que asume su acción sirve a los intereses de la burguesía o de la clase enquistada en el gobierno.
Por esta lectura del asunto, el lumpenproletariado ha sido una categoría menor en la teoría social; una categoría cargada de connotaciones despectivas a la cual antes que comprenderla se la utilizó para juzgar y descalificar a la masa que no tenía la oportunidad de encontrarse. El lumpenproletariado ha sido aquella masa informe difusa y errante, una masa desarticulada, fragmentada.
Con el paso del tiempo el lumpenproletariado dejó de ser un calificativo despectivo para transformarse en una herramienta teórica que contribuye con más preguntas que las que puede aportar el propio proletariado. Aunque no haya desaparecido aún el proletariado, sostendremos que el lumpenproletariado colabora mejor con algunos interrogantes sobre esta época porque es una categoría que nos permite echar luz sobre los procesos de heterogenización social e identificación fetichizante; sobre los procesos de lumpenproletarización que se han actualizado en el neoliberalismo.
En Vida lumpen, bestiario de la multitud, el lumpenproletariado es una promesa, aunque al mismo tiempo sigue siendo un callejón sin salida, una fatalidad, algo que se sigue experimentando con pesimismo. La lumpenproletarización es la imposibilidad de la acción colectiva pero también, al mismo tiempo, constituye un nuevo punto de partida para pensar la acción colectiva; una acción más radical, más democrática, más horizontal.