Con la creación del conservatorio de París hacia finales del siglo XVIII, cuyo principal objetivo era conservar, transmitir y reproducir el legado de la cultura musical centroeuropea, se cristaliza un modelo educativo musical que será hegemónico en la denominada «cultura occidental» hasta nuestros días: el denominado modelo conservatorio (Shifres, citado en Castro 2017, p.140). Dicho modelo considera a la música como un objeto elaborado para ser contemplado, distanciado del sujeto que lo realiza o participa de su construcción.
Desde un modo muy sintético, podemos decir que este modelo se erige como herramienta pedagógica musical, insignia de un proyecto civilizador moderno que bajo la premisa colonial de una cualidad de ser, saber, y conocer fundamentalmente eurocéntrica, clasifica lo que es música y lo que no, quién tiene la habilidad para ser músico y quién no, entre otras cosas.
La pretensión eurocéntrica de un modelo de conocimiento sin sujeto, sin historia, descorporalizado y deslocalizado es cuestionado desde el pensamiento decolonial. En este sentido, el semiólogo argentino Walter Mignolo (citado en Shifres, 2017, p. 85-90) introduce el término descolonizar, el que significa llevar a cabo un proceso de revelación y desmantelamiento de los aspectos—a menudo ocultos o enmascarados— que sostienen la colonialidad. Dicho término (descolonización/decolonización) puede ser entendido como un conjunto de pensamientos críticos que buscan transformar no sólo los contenidos sino también, las condiciones que ese modelo eurocéntrico y dicha colonialidad han construído.
Partiendo de este marco teórico en este trabajo nos proponemos analizar el modo en que funciona la construcción del concepto “buena o mala” música en el imaginario de la población estudiantil (estudiantes de música) y de qué manera observamos esta construcción en la enseñanza formal, institucionalizada de la música.