No es novedad si decimos que Cambiemos tiene un accionar político-comunicacional netamente estratégico y ensayado, con ciertos altibajos y con una rápida reacción. Aún con dificultades y complejidades en su desempeño, es un equipo neoliberal que sabe postular la idea y construir su público y espacio fiel en un mar de enunciados polémicos y hasta horrorosos.
Los medios hegemónicos de comunicación, desde ya, son funcionales a esta amplificación. El discurso de la información recupera, refuerza y despliega un entramado difícil de destrabar si las voces disonantes se vuelven mínimas y aisladas. Desde ese plano, el Grupo Clarín es, hasta el momento, un enlace íntegro y fundamental de la alianza Cambiemos: actúa como gobierno, cubre, aprieta y participa activamente.
En este escenario de imposiciones, la lógica meritocrática triunfa y la idea de superación personal se erige como envión discursivo. En términos deportivos, el macrismo propone un juego de pelota parada que piensa cada movimiento y que, si se ve en secuencias, parece arremeter alocadamente contra el rival. Sin embargo, el avance no se da de un modo lineal, ya que la estrategia duranbarbera de Cambiemos plantea otro mecanismo. La política comunicacional se va constituyendo a partir de bombas pequeñitas: conmociones en el poder judicial, otro poco en el legislativo, otro tanto en el ejecutivo y furiosamente en el mediático.