“El tiempo en televisión es tirano”, dicen los que más saben de televisión. “El rating es dañino y te carcome el cerebro, si no medís, te vuelan de un plumazo”, repiten por los pasillos de los canales. Hoy en día, entonces, lo que impera es el minuto a minuto, el momento exacto del éxito y la consagración de ese triunfo. El minuto a minuto, como concepto abarcativo, se legitima en pantalla según el encendido y la reverberación más o menos exacta de los públicos. Lo que importa es cotejar la aceptación o la desestimación del momento televisivo -quizás del contenido-. La medición tiene la última palabra y todo lo que viene después es discutible o eliminable, sin importar los motivos o las preocupaciones. Se corre de lugar y la trascendencia sigue otro camino. Esta lógica, que parece solo vinculada a los medios masivos y, sobre todo, a la televisión, es uno de los procedimientos políticos y comunicacionales más utilizados por la alianza Cambiemos. De hecho, sin ir más lejos, es uno de los puntos neurálgicos del neoliberalismo: su estética de cuantificación y su profunda integración numérica -todos son un número y cada uno elegirá qué camino tomar ante eso-.