Colombia es de diversos colores raciales y culturales.Más hermosos y vistosos que las tonalidades del grandioso mar de siete colores en San Andrés al norte o la bandera Whipala que identifica etnias indígenas a lo largo de la Cordillera de Los Andes; desde el altiplano Boliviano hasta las montañas del verde Sur o las de la Cordillera Oriental en el Centro del país. Lastimosamente esos colores han intentado opacarse hace centenares de años por occidente, y más recientemente, hace décadas, por los mismos colombianos. Aquellos quienes desde una nominación retorica son llamados guerrilleros, paramilitares u oposición, pero que finalmente son colombianos que por desigualdades sociales o deseos mórbidos de poder han emprendido una guerra que tiene desangrada la nación. Sus colores se han teñido de rojo sangre.
Pero allá en las montañas o en la urbe de las ciudades han florecido procesos políticos y sociales que aportan a que esa pluralidad cultural sobreviva a la corrupción, la falta de inversión social y que el Gobierno Nacional comprenda que debe ser transformado. Esperamos con optimismoque antes de que acabe el Siglo XXI esa tierra tan lastimada tenga la oportunidad de unirse a los pasos latinoamericanos de reconstrucción social y cultural: Ecuador con Rafael, Bolivia con Evo, Uruguay con el legado de Pepe Mujica, Venezuela con la historia que escribió Chávez (QEPD) y la dirigencia de Maduro y Argentina con Nestor Kirchner (QEPD) y Cristina Fernández de Kirchner. Procesos nacionales que han ofrecido a los "sin voz" oportunidad de coexistir, visibilizarse y comunicarse.