Como consecuencia de la primera Guerra Mundial (1914-1918), de la Gran Depresión (1929) y de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), el mundo entero presenció una profunda inestabilidad económica, principalmente por la deflación causada por el patrón oro, por la superproducción y por las políticas de los diferentes países, encaminadas a empobrecer al vecino (devaluaciones competitivas). Producto de esa inestabilidad se creó en 1944 el Fondo Monetario Internacional (FMI), el cual se estableció en Washington en 1946, año durante el cual empezó a funcionar como una institución fundamental para el diseño de la arquitectura financiera internacional de esa época, teniendo a Estados Unidos como actor central, por su posición dominante como principal acreedor del mundo, con un cúmulo de reservas mayor que el de cualquier otro país. Aunque “el principal propósito del FMI consiste en asegurar la estabilidad del sistema monetario internacional, es decir el sistema de pagos internacionales y tipos de cambio que permite a los países (y a sus ciudadanos) efectuar transacciones entre sí” (s.f) . Este pronto perdió su rumbo y se vio empañado por la influencia de los intereses estadounidenses, que lo transformaron de un garante de la estabilidad económica mundial a algo así como un policía de los bancos por un lado, y como asesor de los países deudores por otro lado, papel que lo iría deslegitimando hasta el punto de perder credibilidad entre sus socios y de hacerse necesaria hoy en día una nueva arquitectura financiera internacional.