El proceso de modernización tecnológica ocurrido en la agricultura en las últimas décadas, asociado a un uso intensivo de insumos, ha logrado aumentar la productividad y rentabilidad de los sistemas más tecnificados (Caporal, 2009; Andrade, 2011). Sin embargo, ha generado problemas ecológico-productivos, económicos y sociales, que plantean la crisis del actual modelo de producción agropecuaria y ponen en duda su permanencia en el tiempo. La causa de ello es que bajo el paradigma de la Revolución Verde, aun predominante, se ha abordado el estudio de los sistemas agropecuarios de manera simplista y fraccionada. Por un lado, los aspectos culturales son exclusivamente abordados por las ciencias sociales, como la antropología y la sociología, mientras que los aspectos biológicos y tecnológicos son exclusivamente estudiados por las ciencias biológicas, como las ciencias agronómicas, la ecología y la ciencia del suelo, entre otras. Sin embargo, los agroecosistemas son sistemas más complejos de lo que se creía hasta ahora, en donde los componentes biológicos y culturales están en íntima relación (Stupino et al., 2014).